martes, 18 de mayo de 2010

Brindis.

El siguiente relato no es de mi inspiración. Pertenece a una mujer de ojos oscuros y sonrisa de perla. Ella me compartió sus sentimientos y me permitió con ellos poder escribir estas líneas. Muchas gracias Karime. Por ende, este texto está dedicado a ti.
Para Karime, cariño.
Caballero, perdone mi indiferencia pero no le he reconocido. Es usted un desconocido, viejo compañero. Mi alma no lo ha olvidado, pero este corazón ha cicatrizado ya. Mis sueños, despiertos ya, vuelan sin seguir el mapa que alguna vez trazamos.
No le reconozco, luce tan distinto tras esas luces con las cuales quiere resaltar su negra sombra. Ya no ríe fresco y sincero: no solo se ha engominado el cabello, sino también los instintos y ha congelado el fuego de vuestros labios. ¿Dónde dejo a mi caballero; el de los ojos sinceros, el de las manos tiernas, el que aún con armadura puesta tenía un verso naciéndole por mí?
Siento lástima al verlo, no por vos, sino por los sentimientos que perecieron ahogados entre embriagante licores; por las emociones que murieron asesinadas por los halagos de vacios hipócritas. Muertos, sin posibilidad de renacer. Cargamos sus tumbas entre los pliegues de la que alguna vez fueron sonrisas, ¿las puede divisar?
Brindemos por él, conocido desconocido. Perdóneme si corto su historia de lechos que ha deshecho, de mujeres cuyos néctares ha probado. Lo interrumpo por un brindis. Brindemos por mi caballero y brindemos por usted. Aparte los bufones un momento.
Un silencio por el muerto cuyo roto corazón alguna vez logre sanar. Por mi Quijote que no sobrevivió ante los molinos.
Y ahora alcemos la copa, por usted que ahora ocupa su cuerpo, por sus ojos que se parecen tanto a los de él.
Brindemos por el olvidado y por usted que recién ha nacido.