jueves, 8 de octubre de 2015

Jet-lag

Despertar, para mí, desde hace algunos años se convirtió en algo más bien extraño. Digo, me sigo despertando como cualquier humano lo hace pero en mi caso es con un caudal de emociones que me mantienen en un limbo. No sé si estoy soñando aún o sí la realidad puede ser tan bicolor como en la fase REM, donde estás a un concluir tus sueños de morir asfixiado. El doctor dice que debe ser por el efecto del jet-lag. A algunos afortunados los vuelve matones anarquistas pero a mí me ha heredado un despertar que no sé bien de que va cada día.

La certeza de mi vida es la misma puta conferencia, dicha día tras día, en el mismo inglés soso que llaman universal y que me recibe a donde quiera que vaya. “Mr. X” les cuelgan los cartelitos a personas blancas, negras, amarillas, rojas, quienes cordialmente cargan mi cansada maleta hacia una limosina que huele al mismo champú, seguramente hecho en alguna recóndita fábrica en China, donde he estado más veces que en el departamento que se presume es mío.

Hoy estoy en algún punto de Japón. A estas alturas de mi vida me importa un carajo el nombre de dónde estoy, todos lados se llaman Hilton para mí, con la misma cama y la misma fruta para el desayuno con jugo de naranja. Sólo de pensar que mañana he de volver a comer lo mismo me asquea hasta el punto de caer dormido. Puto jet-lag.

¿Despierto? Lo dudo, incluso cuando el jugo del Hilton que tanto odio me quita toda esperanza metafísica con su sabor tan perfecto, tan fresco, tan siempre lo mismo. Estos japoneses son unas máquinas, el chofer me recoge en punto de la hora que habíamos pactado. Me cuenta que llegué en un día extraño, que la gente en las calles estaba asustada por que la noche que aterricé había temblado fuerte. “Japón es una isla donde siempre tiembla” pensé para mis adentros; para mí, que tenía 10 años en el 85 y que, para colmo, vivía en Tlatelolco. No me asustaban los temblores, en resumen.

En punto de las 2 comenzó la conferencia. El día pintaba para ser uno más, todos tomaban notas de la manera más respetuosa, algunos cuchicheos cuando sé que van cuchichear y de pronto boom: un sordo vacío bajo nuestros pies. Y vuelvo a ser ese  niño asustado que veía como las casas donde iba a ver tele o cenar se vuelven polvo, la vida se va a la mierda mientras todos gritan, mientras los edificios muestran que son humanos y se evaporan en el aire, para terminar hechos una nube de polvo sanguinolenta que se eleva a los gritos y los llantos.

¿Desperté? Debe ser una pesadilla. Todos corren y gritan, se empujan por las escaleras, hay quienes se aferran a que los elevadores los lleven abajo, hacia el piso, a la tierra que se mueve. Debo estar soñando, me afirmo, después de todo los japoneses son de fría sangre samurái, ordenados y cibernéticos, si estuviera pasando seguro saldrían en completo orden; el temblor de mis piernas debe ser otro efecto del jet-lag, sentir las piernas de mantequilla y la falta de aire son las alturas, ya me lo había dicho el doctor.

Bajo con calma por las escaleras, el edificio de mis sueños cruje, se expande y mueve como en la película que vi al partir de Australia. Carajo, Freud, era tan fácil lo de los sueños, cosas que ves despierto las haces pendejadas en la cama, como el sexo para algunos eyaculadores precoces como yo, que tanto porno nos ha atrofiado para siempre como amantes, pero nos ha llenado la cartera con la que atraemos a hembras pérdidas para follar.  

Bajo, mierda que si mi cabeza es caos: la ciudad está desecha. Otro indicio que estoy soñando son las mismas caras repetidas en todas las mujeres que veo llorando, todos los hombres tirados viendo la destrucción tienen la misma cara que el chofer que me llevó al hotel donde debo estar soñando.

Una alarma suena a lo lejos, luego una serie de palabra en japonés que no entiendo. La gente va desapareciendo conforme su agudo sonido me taladra la piel. Debo haber dejado la tele encendida otra vez, y han de estar pasando alguno de esos asquerosos programas de concurso que tanto les gusta en el oriente.

Cierro los ojos y no logro despertar, me pasa con tanta pastilla que tomo para tener la piel bronceada aunque hace mucho que no uso un fin de semana completo para estar sólo entre los árboles, o en la playa, o en cualquier lugar que sea soleado y sin discursos en inglés que repetir.

Veo un resplandor verde en el horizonte que llama mi atención ¿Qué será? Por su color fluorescente advierto que pueden ser las salidas de emergencia de los aviones ¿Qué me querrá decir mi inconsciente? ¿Será que me señalará dónde está la salida de esta vida fotocopiada? Me esfuerzo por seguir durmiendo mientras corro sin cansancio hacia donde viene esa luz.


Aparentemente es una fábrica (que jodido inconsciente, se parece a donde trabaja Homero Simpson). La azotan olas enormes, las cuales le desprenden partes y hacen crecer el espectro verde. Me hundo cada vez más en las olas, y van desprendiendo mi piel… Duele… ¿Estoy soñando? Carajo, ¿estoy despierto? Un letrero pasa como surfista perseguido por los tiburones, me aferro a él (mierda, el agua me está comiendo la piel), dice “Fukushima”. Un gran ruido y me traga una ola verde, que me deshace, me explota desde dentro, me mata…