La soledad u otros demonios.
Entre los rumores silenciosos de la lluvia llegan los ecos de la noche moribunda. Agazapada, felina, yaces en mi lecho sin más traje que tu sensualidad desnuda. Pura y virginal, puta de barrio, metáfora de nada. Necesito tus besos de selva; húmedos, sofocantes, interminables, de fruta salvaje, de arboles jamás escalados, fiera sedienta de sangre.
Tu geografía de mundo me hace falta. Tu cuerpo como dunas, tentador y mortal, aquel oasis oculto en lo profundo de tu ser, manantial dulce. Tus olores a vainilla, a pasto lleno de rocío. Hablas mil idiomas incomprensibles, la gramática en tus suspiros, la fuerza meditabunda pertenece a tus ojos, bellas alegorías que se esconden tras tus lágrimas, tras tu risa, en tu vida.
Te abrazo y abrazo tu oscuridad, tu nada, tu perenne ausencia. Ausencia que no lo es tanto. Dolor que va matando como la arena en el reloj, sin quejas, sin alegría. Tu nada es devoradora de mi todo, de mis contextos, de mis futuros. El lecho esta sin ti pero no está vacío.
Bella en la memoria, lejana por valles y montañas, cercana en los suspiros, loca dependencia dictadora de ensueños; atardecer de nubes grises y horizontes púrpuras que no da paso a la luna ni le quita la vida al sol, infinita sinfonía de los horrores, indeleble transparencia.
He contemplado como la piedra se concentraba en el sol y el resto de las líneas me parecen ilegibles. Me absorbió esa sonrisa enigmática, la mirada misteriosa y mis ojos desean nada que no sea esa belleza. Conocí el roce de tu piel, tu mortal Sahara y los caminos del pueblo perdieron un caminante.
Renuncio a los placeres, a los placeres para el mundo, a los placeres de los ricos, a los placeres de los pobres, a ellos renuncio. De placeres solo el nombre les queda. Brillos grisáceos, reflejos cavernosos. He conocido el verdadero mundo, los verdaderos placeres, me harte de sombras y abrí mis ojos a los tesoros reales. Ya no quiero nada que no sea ese Amazonas.