Despertar,
para mí, desde hace algunos años se convirtió en algo más bien extraño. Digo,
me sigo despertando como cualquier humano lo hace pero en mi caso es con un
caudal de emociones que me mantienen en un limbo. No sé si estoy soñando aún o
sí la realidad puede ser tan bicolor como en la fase REM, donde estás a un concluir tus sueños de morir asfixiado. El doctor dice que debe ser por el
efecto del jet-lag. A algunos afortunados los vuelve matones anarquistas pero a
mí me ha heredado un despertar que no sé bien de que va cada día.
La
certeza de mi vida es la misma puta conferencia, dicha día tras día, en el
mismo inglés soso que llaman universal y que me recibe a donde quiera que vaya.
“Mr. X” les cuelgan los cartelitos a personas blancas, negras, amarillas,
rojas, quienes cordialmente cargan mi cansada maleta hacia una limosina que
huele al mismo champú, seguramente hecho en alguna recóndita fábrica en China,
donde he estado más veces que en el departamento que se presume es mío.
Hoy
estoy en algún punto de Japón. A estas alturas de mi vida me importa un carajo
el nombre de dónde estoy, todos lados se llaman Hilton para mí, con la misma
cama y la misma fruta para el desayuno con jugo de naranja. Sólo de pensar que
mañana he de volver a comer lo mismo me asquea hasta el punto de caer dormido.
Puto jet-lag.
¿Despierto?
Lo dudo, incluso cuando el jugo del Hilton que tanto odio me quita toda esperanza metafísica
con su sabor tan perfecto, tan fresco, tan siempre lo mismo. Estos japoneses
son unas máquinas, el chofer me recoge en punto de la hora que habíamos pactado.
Me cuenta que llegué en un día extraño, que la gente en las calles estaba
asustada por que la noche que aterricé había temblado fuerte. “Japón es una isla
donde siempre tiembla” pensé para mis adentros; para mí, que tenía 10 años en
el 85 y que, para colmo, vivía en Tlatelolco. No me asustaban los temblores, en
resumen.
En
punto de las 2 comenzó la conferencia. El día pintaba para ser uno más, todos
tomaban notas de la manera más respetuosa, algunos cuchicheos cuando sé que van
cuchichear y de pronto boom: un sordo vacío bajo nuestros pies. Y vuelvo a ser
ese niño asustado que veía como las
casas donde iba a ver tele o cenar se vuelven polvo, la vida se va a la mierda
mientras todos gritan, mientras los edificios muestran que son humanos y se
evaporan en el aire, para terminar hechos una nube de polvo sanguinolenta que
se eleva a los gritos y los llantos.
¿Desperté?
Debe ser una pesadilla. Todos corren y gritan, se empujan por las escaleras,
hay quienes se aferran a que los elevadores los lleven abajo, hacia el piso, a
la tierra que se mueve. Debo estar soñando, me afirmo, después de todo los
japoneses son de fría sangre samurái, ordenados y cibernéticos, si estuviera
pasando seguro saldrían en completo orden; el temblor de mis piernas debe ser
otro efecto del jet-lag, sentir las piernas de mantequilla y la falta de aire
son las alturas, ya me lo había dicho el doctor.
Bajo
con calma por las escaleras, el edificio de mis sueños cruje, se expande y
mueve como en la película que vi al partir de Australia. Carajo, Freud, era tan
fácil lo de los sueños, cosas que ves despierto las haces pendejadas en la
cama, como el sexo para algunos eyaculadores precoces como yo, que tanto porno
nos ha atrofiado para siempre como amantes, pero nos ha llenado la cartera con
la que atraemos a hembras pérdidas para follar.
Bajo,
mierda que si mi cabeza es caos: la ciudad está desecha. Otro indicio que estoy
soñando son las mismas caras repetidas en todas las mujeres que veo llorando,
todos los hombres tirados viendo la destrucción tienen la misma cara que el
chofer que me llevó al hotel donde debo estar soñando.
Una
alarma suena a lo lejos, luego una serie de palabra en japonés que no entiendo.
La gente va desapareciendo conforme su agudo sonido me taladra la piel. Debo
haber dejado la tele encendida otra vez, y han de estar pasando alguno de esos
asquerosos programas de concurso que tanto les gusta en el oriente.
Cierro
los ojos y no logro despertar, me pasa con tanta pastilla que tomo para tener
la piel bronceada aunque hace mucho que no uso un fin de semana completo para
estar sólo entre los árboles, o en la playa, o en cualquier lugar que sea
soleado y sin discursos en inglés que repetir.
Veo
un resplandor verde en el horizonte que llama mi atención ¿Qué será? Por su
color fluorescente advierto que pueden ser las salidas de emergencia de los
aviones ¿Qué me querrá decir mi inconsciente? ¿Será que me señalará dónde está la salida de esta
vida fotocopiada? Me esfuerzo por seguir durmiendo mientras corro sin cansancio
hacia donde viene esa luz.
Aparentemente
es una fábrica (que jodido inconsciente, se parece a donde trabaja Homero
Simpson). La azotan olas enormes, las cuales le desprenden partes y hacen
crecer el espectro verde. Me hundo cada vez más en las olas, y van
desprendiendo mi piel… Duele… ¿Estoy soñando? Carajo, ¿estoy despierto? Un
letrero pasa como surfista perseguido por los tiburones, me aferro a él
(mierda, el agua me está comiendo la piel), dice “Fukushima”. Un gran ruido y
me traga una ola verde, que me deshace, me explota desde dentro, me mata…