miércoles, 3 de febrero de 2016

Incandescencia

Entre rocíos y azahares se perdió una lucecilla; unos decían que era verde, otros más que amarilla.

¿A dónde se fue? se preguntaban las criaturillas, ¿se fue tras los damascos, atrapada en fantasías? ¿La aplastaron los humanos en sus tontas correrías?


¿A dónde estás? ¿Por qué no brillas? ¿Te cansaron los abriles sin estatuas o pedrerías?


Entre tanto lamento nadie posó la vista por la laguna. Ahí, a lo profundo, una delicada luciérnaga lavaba sus faroles pensando en la libélula. Ella tampoco estaba y necesitaba buena luz para hallarla y volar juntas, para comer algas y reír. Entre verde y amarillo se reflejaba en los ojos de los peces.


Gitana, la luciérnaga, volvió tal vez o quizás no (eso no lo supe yo) al pie de los oyameles, para brindar su luz al nacer de los atardeceres y ser anónimo farol para sus seres, planeando con la libélula, sin planes pero sonrientes.

jueves, 8 de octubre de 2015

Jet-lag

Despertar, para mí, desde hace algunos años se convirtió en algo más bien extraño. Digo, me sigo despertando como cualquier humano lo hace pero en mi caso es con un caudal de emociones que me mantienen en un limbo. No sé si estoy soñando aún o sí la realidad puede ser tan bicolor como en la fase REM, donde estás a un concluir tus sueños de morir asfixiado. El doctor dice que debe ser por el efecto del jet-lag. A algunos afortunados los vuelve matones anarquistas pero a mí me ha heredado un despertar que no sé bien de que va cada día.

La certeza de mi vida es la misma puta conferencia, dicha día tras día, en el mismo inglés soso que llaman universal y que me recibe a donde quiera que vaya. “Mr. X” les cuelgan los cartelitos a personas blancas, negras, amarillas, rojas, quienes cordialmente cargan mi cansada maleta hacia una limosina que huele al mismo champú, seguramente hecho en alguna recóndita fábrica en China, donde he estado más veces que en el departamento que se presume es mío.

Hoy estoy en algún punto de Japón. A estas alturas de mi vida me importa un carajo el nombre de dónde estoy, todos lados se llaman Hilton para mí, con la misma cama y la misma fruta para el desayuno con jugo de naranja. Sólo de pensar que mañana he de volver a comer lo mismo me asquea hasta el punto de caer dormido. Puto jet-lag.

¿Despierto? Lo dudo, incluso cuando el jugo del Hilton que tanto odio me quita toda esperanza metafísica con su sabor tan perfecto, tan fresco, tan siempre lo mismo. Estos japoneses son unas máquinas, el chofer me recoge en punto de la hora que habíamos pactado. Me cuenta que llegué en un día extraño, que la gente en las calles estaba asustada por que la noche que aterricé había temblado fuerte. “Japón es una isla donde siempre tiembla” pensé para mis adentros; para mí, que tenía 10 años en el 85 y que, para colmo, vivía en Tlatelolco. No me asustaban los temblores, en resumen.

En punto de las 2 comenzó la conferencia. El día pintaba para ser uno más, todos tomaban notas de la manera más respetuosa, algunos cuchicheos cuando sé que van cuchichear y de pronto boom: un sordo vacío bajo nuestros pies. Y vuelvo a ser ese  niño asustado que veía como las casas donde iba a ver tele o cenar se vuelven polvo, la vida se va a la mierda mientras todos gritan, mientras los edificios muestran que son humanos y se evaporan en el aire, para terminar hechos una nube de polvo sanguinolenta que se eleva a los gritos y los llantos.

¿Desperté? Debe ser una pesadilla. Todos corren y gritan, se empujan por las escaleras, hay quienes se aferran a que los elevadores los lleven abajo, hacia el piso, a la tierra que se mueve. Debo estar soñando, me afirmo, después de todo los japoneses son de fría sangre samurái, ordenados y cibernéticos, si estuviera pasando seguro saldrían en completo orden; el temblor de mis piernas debe ser otro efecto del jet-lag, sentir las piernas de mantequilla y la falta de aire son las alturas, ya me lo había dicho el doctor.

Bajo con calma por las escaleras, el edificio de mis sueños cruje, se expande y mueve como en la película que vi al partir de Australia. Carajo, Freud, era tan fácil lo de los sueños, cosas que ves despierto las haces pendejadas en la cama, como el sexo para algunos eyaculadores precoces como yo, que tanto porno nos ha atrofiado para siempre como amantes, pero nos ha llenado la cartera con la que atraemos a hembras pérdidas para follar.  

Bajo, mierda que si mi cabeza es caos: la ciudad está desecha. Otro indicio que estoy soñando son las mismas caras repetidas en todas las mujeres que veo llorando, todos los hombres tirados viendo la destrucción tienen la misma cara que el chofer que me llevó al hotel donde debo estar soñando.

Una alarma suena a lo lejos, luego una serie de palabra en japonés que no entiendo. La gente va desapareciendo conforme su agudo sonido me taladra la piel. Debo haber dejado la tele encendida otra vez, y han de estar pasando alguno de esos asquerosos programas de concurso que tanto les gusta en el oriente.

Cierro los ojos y no logro despertar, me pasa con tanta pastilla que tomo para tener la piel bronceada aunque hace mucho que no uso un fin de semana completo para estar sólo entre los árboles, o en la playa, o en cualquier lugar que sea soleado y sin discursos en inglés que repetir.

Veo un resplandor verde en el horizonte que llama mi atención ¿Qué será? Por su color fluorescente advierto que pueden ser las salidas de emergencia de los aviones ¿Qué me querrá decir mi inconsciente? ¿Será que me señalará dónde está la salida de esta vida fotocopiada? Me esfuerzo por seguir durmiendo mientras corro sin cansancio hacia donde viene esa luz.


Aparentemente es una fábrica (que jodido inconsciente, se parece a donde trabaja Homero Simpson). La azotan olas enormes, las cuales le desprenden partes y hacen crecer el espectro verde. Me hundo cada vez más en las olas, y van desprendiendo mi piel… Duele… ¿Estoy soñando? Carajo, ¿estoy despierto? Un letrero pasa como surfista perseguido por los tiburones, me aferro a él (mierda, el agua me está comiendo la piel), dice “Fukushima”. Un gran ruido y me traga una ola verde, que me deshace, me explota desde dentro, me mata…

viernes, 6 de marzo de 2015

Mercy without hope

Aún sin quererlo o creerlo, al menos no completamente, la vida sigue.

Aunque al caer la noche cierre los ojos y pierda la conciencia (por qué al sobresaltado ir y venir de colores difusos a la rojiza oscuridad en el lecho mi psiquiatra no le llama dormir) y a la mañana el sol vuelva a asomar por algún punto que ya no sé cuál es (cuando me arranco el sur, la noción de sentido falleció sin ruido), abra los ojos y resuelle como hombre-toro oraciones a la cúpulas divinas, la medicina de los hechos insiste que sigo vivo.

Sí, la vida sigue aunque millones de hojas caigan por los suelos del mundo sin obituario alguno que ensalce la verdeza alguna vez poseída, el mundo gira sobre su inclinado eje aunque mis lágrimas de tristeza contraríen la saga de precipitaciones sin paracaídas que se presume es natural.

No es impráctico orgullo lo que mantiene en sequía mis redondos ojos de avellana, si no la precaución médica ante el bien fundamentado temor de morir deshidratado  y el terror ante las agujas para el suero que el docto galeno recetaría para combatir la filtración de mi vital líquido.

Si ya pensamientos alebrijezcos pululan entre mis nervios, sería fatal abonar a la clínica razón de los delirios que descubrieron los mercantes de Rub'al-Khali, cuando los oasis no se cristalizaron en el horizonte.


Aunque no lo escriba, el caleidoscopio es la gema de estas locuras.

De la peligrosa ausencia de las comas o de las imaginaciones del quizá entre los mares de la realidad

No estás. Me temo, yo tan cobarde, me digo, para destrozar este quemante silencio, que sí.

No estás entre las agudas notas de esa guitarra en la que el unicornio nos canta.

No estás en las notas del perfume con el que te arrope entera la piel.

No estás en la ancha cama para dos que está a dieta individual.

No estás tras ésta escalera de recuerdos y versos.

No, no estás aquí, vibrando de nosotros.

No estás, sólo debo aceptarlo.

¿Y con siete comas más?

¿Estarás, tal vez?


jueves, 8 de mayo de 2014

Te vas...

¿A dónde vas? Si siempre terminas volviendo, ¿qué caso tiene, que vayas, por ahí, entre matorrales, tomando foto tras foto a bichos que nunca tocarás, a ríos que jamás te darán de beber, a personas que olvidarás?

¿Te vas? Sí siempre vuelves, a escribir en diarios cosas que tú solo sabes, a beber la misma cerveza que cada día está más cara, a oír de crisis y hablar de libros, a mostrar a cuantos se pueda los lugares a los que nunca volverás, de los que contarás la misma historia, desgastada y roída de tanto usarla.

Giras en tu centro, tan puteado, tan vuelto a pintar para que no te lo coman los recuerdos, tan lleno de cosas que ya no son tuyas pero tampoco son de nadie, vuelves ahí para tirar fotos de otros ayeres que siguen carcomiéndote los cimientos, los cuales nunca terminas por poner; vuelves para regalar la ropa apolillada de tus viejos amantes a los nuevos.

Siempre te estás yendo: hoy no porque el sol quema, mañana tampoco porque es día de guardar, suspirando noche y día por el camino, por cómo te alejará de ahí; ahí, donde siempre estás, a donde siempre vuelves...

Y un día, casi sin quererlo, te vas, para suspirar en otros lados por lo que se quedó en tu centro, que no son los recuerdos, las caricias o la sangre, si no tú, con la condena de ir tan lejos como sea posible, para volver más violentamente, desbordante de enojo y rencor, con tu vida, con la vida de tu centro, con lo que pudo ser y no fue, por que al final, nunca fue el día, por que el miedo te comió las oportunidades, porque te duele no haber hecho lo que hoy quisieras estar haciendo, porque volviste a tu centro, del que vuelves a decir, te irás en cuanto puedas.

Te vas, para poder tener que volver...

jueves, 20 de octubre de 2011

Palabras

Las palabras, ninfas inocentes, por sí solas son vacías, inocuas, receptáculos apenas de lo que en ella se pretenda hacer llegar.

A veces se les obliga a que inyecten veneno, se les cubre de espinas y velos oscuros, se les suelta y no caminan más, reptan ansiosas de picar, emponzoñan oídos y dejan en los ojos (espejos del alma) tatuajes horrendos en los que se reconoce su marca de odio.

Algunas otras son vestidas de tonos alegres, se les llenan de sabores a frutas frescas y vino bravo de países del sur. Perfumadas van alegrando las narices con olor a rosa y madera recién cortada. Estas ninfas no se inyectan sino que entran a golpe de tiernas caricias por los poros abiertos y deseosos de la piel.

Algunos sabios maestros las toman entre sus amorosos dedos y con delicadeza las van retratando con viveza entre la blancura impecable de las hojas. No las cuelgan entre alfileres como mariposas muertas ni las dejan secándose como flores de amores viejos, las preservan siempre vivas, llenas de energía, parlanchinas de cosas que hacen a la mente crecer. Gozosamente se le encuentra entre los libros, siempre dispuestas a actuar ante los ojos que las regresan a la vida que nunca perdieron.

A mí me gusta verlas libres, danzarinas que entre vuelta y risa se dejan conducir por la música que el viento les regala sólo a ellas, mientras las esparce por las rutas del mundo, para que sean gitanas vagabundas, viajeras insaciables y alegres, transparentemente olorosas a brisa fresca y con el sabor del agua fresca que aún nace en los milenarios manantiales. Así son esas adictivas ninfas de la inspiración llamadas palabras.

jueves, 21 de julio de 2011

Precaución.

Si yo te contara, caballero, lo que esconde tras ese mirar, si te contara los secretos que seguro ella ha de callar. Si te contara… Seguro desconfiarías. Muy refinadas palabras habrá suspirado ya a tu oído, lentos andares habrán compartido, besos tiernos, pequeños detalles…

La conozco, tal vez mejor qué vos, seguramente mejor que vos. No son escasos días de brillante sol los que he vivido a su lado (y alejado de ella). El sol, estimado, ciega un poco y las nieblas de las sutiles mentiras aún más. El sabor amargo del destierro y la hiel de la verdad negada curan de infantiles pero poderosos velos, caballero.

Ten cuidado fugaz conocido, ten cuidado de ella pero sobre todo de ti. De la pureza que manifiestas, de tal vez algún día culparte por sentir extraños miedos, por querer un poco más y obtener un rechazo tan suave, tan dulce, tan sincero, que tal vez confundas con algún otro noble sentimiento.

Serás feliz, te lo aseguro, será feliz mientras asegures ese tierno corazón que te palpita en el pecho. Porque esa sirena canta con un embrujo mortal, esa sirena piensa en otros Ulises, esa sirena espera que la sacies mientras su perdido viajero no llegue.

Ten cuidado, pues es una maestra en aparentar amar.

lunes, 16 de mayo de 2011

Desechos

Se marchó. Sin la crudeza ni el ardiente dolor de una cachetada, sin ojos, sin sonidos. Se alejó con la frialdad de una pantalla llena de letras que dicen tan poco pero que suturan a golpe de fuego. Se diluyó en un frío mundo artificial.

En el armario de mis sueños dejó todo. Tal vez un poco más de lo que quisiera que encontrara. Cartas a otros nombres, rosas marchitas a golpe de lágrima, un manual de cómo reír cuando el dolor aprieta. Supongo no lo había encontrado antes porque mis sueños hacían un gran trabajo en disimularlos. Tuve que sacar mis sueños uno por uno y revisarlos cuidadosamente para conservar aquellos que aún eran útiles. Algunos me quedaban ya chicos, otros los había olvidado, muchos estaban ya raídos y viejos.

Al final me quedaron un par de sueños, los suficientes para no pasar hambre ni frio, para salir con una sonrisa a caminar, me quedó el espacio suficiente para construir nuevos.

Curiosamente, en mi armario ella no dejó sueños, solo promesas. Esas poco a poco las voy desechando. De tanto escucharlas digamos que surgió un cariño un tanto ridículo a las mismas, se volvieran como las viejas rondas que cantaba mamá para que dejara de jugar y me acurrucara en la cama. Pero como a las rondas, poco a poco las voy dejando de lado para poder escuchar el jazz de la vida, la improvisación del amor.

En algún momento pensé en guardar todo aquello para poder tirárselo en la cara a la primera oportunidad que se me presentara. Pero su adiós tan precipitado me hizo recapacitar y me entraron unas ganas enormes de quemarlo todo. El manual no paró de reír hasta que con una brutal llamarada desapareció y con una gran humareda negra se volvió cenizas. Las cartas, gemelas todas ellas, solo distintas por el nombre del destinatario, ardieron rápido, pues el papel carbón es delgado. Lo chistoso es la manera en que arden las promesas: se retuercen casi infinitamente hasta que se contraen y con grandes crujidos y silbidos se vuelven liquidas y dejan manchado el piso. Parecieran hechas de plástico.

Tanto fuego y tanta limpieza me dejaron un poco más ligero y alegre. Sin embargo, a veces una tonta tristeza me llena los pulmones y las ganas de seguir adelante. Entonces escribo, y el corazón recuerda que el amor es asuntos de dos, una loca creación irrepetible que se hace en bosquejos de sueños y que las acciones terminan plasmando en el lienzo mejores colores y paisajes inimaginables, libremente. Mi corazón recuerda que el amor no sigue manuales ni se alimenta de promesas.

Entonces rio y bendigo al pasado, me olvido de futuros y disfruto el banquete del presente. Quemare otra promesa, tres más y terminaré.