Contemplo el anochecer. Naranja, purpura mis sentidos que se afinan y agudizan cual cuerda de violín. Lentamente cae el sol en las montañas recubiertas de piedras, piedras cubiertas de pasto, abierto pasto que enverdece el trayecto del ya rojo y cansado astro. La luna, curiosa y discreta, se asoma, se regocija al saber que una vez más jugara a la ronda con sus amigas las estrellas en el firmamento.
El viento fresco no arrastra consigo las capuchinas motas de polvo. Viaja libre, se bate en vuelos inconstantes. Sirve de mensajero a besos, a perfumes, a la vida. Me envuelve el dorso de las manos. Te encrespa el largo cabello. Es heraldo también de mis caricias.
Lentamente la paz se apropia de los espacios. Como leona voraz se agazapa, contrae los músculos, mortífera otea el aire. La paz prepara el zarpazo. Sus víctimas yacen en su lecho de sacrificio donde una mullida imitación de nube les sostiene el cuello. Sin nada que la detenga, sin tapujos, la paz ataca furiosa, cegada por el afán de hacerse sentir. Miles de almas caen bajo su ataque. Tendidas en el más reparador sueño, sin apremios, sin relojes, sin deberes, agradecen el aniquilante golpe.
Yo te recuerdo, tú me añoras, te bendigo entre mis sabanas mientras tú rezas en las tuyas por mi vida. Anochece. Me ataca la paz, nos vuelve a unir en el sueño, por un sueño, por ti sueño.
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