lunes, 16 de mayo de 2011

Desechos

Se marchó. Sin la crudeza ni el ardiente dolor de una cachetada, sin ojos, sin sonidos. Se alejó con la frialdad de una pantalla llena de letras que dicen tan poco pero que suturan a golpe de fuego. Se diluyó en un frío mundo artificial.

En el armario de mis sueños dejó todo. Tal vez un poco más de lo que quisiera que encontrara. Cartas a otros nombres, rosas marchitas a golpe de lágrima, un manual de cómo reír cuando el dolor aprieta. Supongo no lo había encontrado antes porque mis sueños hacían un gran trabajo en disimularlos. Tuve que sacar mis sueños uno por uno y revisarlos cuidadosamente para conservar aquellos que aún eran útiles. Algunos me quedaban ya chicos, otros los había olvidado, muchos estaban ya raídos y viejos.

Al final me quedaron un par de sueños, los suficientes para no pasar hambre ni frio, para salir con una sonrisa a caminar, me quedó el espacio suficiente para construir nuevos.

Curiosamente, en mi armario ella no dejó sueños, solo promesas. Esas poco a poco las voy desechando. De tanto escucharlas digamos que surgió un cariño un tanto ridículo a las mismas, se volvieran como las viejas rondas que cantaba mamá para que dejara de jugar y me acurrucara en la cama. Pero como a las rondas, poco a poco las voy dejando de lado para poder escuchar el jazz de la vida, la improvisación del amor.

En algún momento pensé en guardar todo aquello para poder tirárselo en la cara a la primera oportunidad que se me presentara. Pero su adiós tan precipitado me hizo recapacitar y me entraron unas ganas enormes de quemarlo todo. El manual no paró de reír hasta que con una brutal llamarada desapareció y con una gran humareda negra se volvió cenizas. Las cartas, gemelas todas ellas, solo distintas por el nombre del destinatario, ardieron rápido, pues el papel carbón es delgado. Lo chistoso es la manera en que arden las promesas: se retuercen casi infinitamente hasta que se contraen y con grandes crujidos y silbidos se vuelven liquidas y dejan manchado el piso. Parecieran hechas de plástico.

Tanto fuego y tanta limpieza me dejaron un poco más ligero y alegre. Sin embargo, a veces una tonta tristeza me llena los pulmones y las ganas de seguir adelante. Entonces escribo, y el corazón recuerda que el amor es asuntos de dos, una loca creación irrepetible que se hace en bosquejos de sueños y que las acciones terminan plasmando en el lienzo mejores colores y paisajes inimaginables, libremente. Mi corazón recuerda que el amor no sigue manuales ni se alimenta de promesas.

Entonces rio y bendigo al pasado, me olvido de futuros y disfruto el banquete del presente. Quemare otra promesa, tres más y terminaré.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario