viernes, 6 de marzo de 2015

Mercy without hope

Aún sin quererlo o creerlo, al menos no completamente, la vida sigue.

Aunque al caer la noche cierre los ojos y pierda la conciencia (por qué al sobresaltado ir y venir de colores difusos a la rojiza oscuridad en el lecho mi psiquiatra no le llama dormir) y a la mañana el sol vuelva a asomar por algún punto que ya no sé cuál es (cuando me arranco el sur, la noción de sentido falleció sin ruido), abra los ojos y resuelle como hombre-toro oraciones a la cúpulas divinas, la medicina de los hechos insiste que sigo vivo.

Sí, la vida sigue aunque millones de hojas caigan por los suelos del mundo sin obituario alguno que ensalce la verdeza alguna vez poseída, el mundo gira sobre su inclinado eje aunque mis lágrimas de tristeza contraríen la saga de precipitaciones sin paracaídas que se presume es natural.

No es impráctico orgullo lo que mantiene en sequía mis redondos ojos de avellana, si no la precaución médica ante el bien fundamentado temor de morir deshidratado  y el terror ante las agujas para el suero que el docto galeno recetaría para combatir la filtración de mi vital líquido.

Si ya pensamientos alebrijezcos pululan entre mis nervios, sería fatal abonar a la clínica razón de los delirios que descubrieron los mercantes de Rub'al-Khali, cuando los oasis no se cristalizaron en el horizonte.


Aunque no lo escriba, el caleidoscopio es la gema de estas locuras.

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