¿A
dónde vas? Si siempre terminas volviendo, ¿qué caso tiene, que vayas, por ahí,
entre matorrales, tomando foto tras foto a bichos que nunca tocarás, a ríos que
jamás te darán de beber, a personas que olvidarás?
¿Te
vas? Sí siempre vuelves, a escribir en diarios cosas que tú solo sabes, a beber
la misma cerveza que cada día está más cara, a oír de crisis y hablar de
libros, a mostrar a cuantos se pueda los lugares a los que nunca volverás, de
los que contarás la misma historia, desgastada y roída de tanto usarla.
Giras
en tu centro, tan puteado, tan vuelto a pintar para que no te lo coman los
recuerdos, tan lleno de cosas que ya no son tuyas pero tampoco son de nadie,
vuelves ahí para tirar fotos de otros ayeres que siguen carcomiéndote los
cimientos, los cuales nunca terminas por poner; vuelves para regalar la ropa
apolillada de tus viejos amantes a los nuevos.
Siempre
te estás yendo: hoy no porque el sol quema, mañana tampoco porque es día de
guardar, suspirando noche y día por el camino, por cómo te alejará de ahí; ahí, donde siempre estás, a donde siempre vuelves...
Y
un día, casi sin quererlo, te vas, para suspirar en otros lados por lo que se
quedó en tu centro, que no son los recuerdos, las caricias o la sangre, si no
tú, con la condena de ir tan lejos como sea posible, para volver más violentamente, desbordante de enojo y rencor, con tu vida, con la vida de tu centro, con lo que pudo ser y no fue,
por que al final, nunca fue el día, por que el miedo te comió las
oportunidades, porque te duele no haber hecho lo que hoy quisieras estar
haciendo, porque volviste a tu centro, del que vuelves a decir, te irás en
cuanto puedas.
Te
vas, para poder tener que volver...
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